Hoy, en el desván...

... ¡ESTAMOS DE VACACIONES! Volveré por Septiembre. 3/8/10 - 19:53

martes, 21 de diciembre de 2010

Sue y su habitación del hospital

Sue se recoge su melena en una trenza ladeada, y se quita los zapatos de tacón para ponerse unas bailarinas discretas. Sale de su coche y se dirige hacia las puertas de cristal del hospital. Las recepcionistas ya la conocen, así que le dedican una sonrisa y dejan que se mueva a su aire por los pasillos del hospital. Cruzando puertas y subiendo escaleras llega a las habitaciones de los enfermos de cáncer. Busca la 317 y la abre con cuidado de no molestar a quien la espera dentro.
Se trata de una habitación individual, pequeña y de paredes blancas. Tumbada en una cama acolchada, al lado de una ventana con vistas al mar, duerme una mujer de piel pálida, pelo lacio y aspecto débil. Respira lentamente, parece que sin fuerzas. Sus brazos están conectados por tubos con cantidad de máquinas que lo miden y lo controlan todo, que la vigilan.
Sue se acerca con silencio a su madre, y se sienta en una silla al lado de la cama. La observa sin abrir la boca, con el corazón en un puño. Aunque lo intenta, no consigue que no le duela verla así. No puede evitar estremecerse cada vez que su madre tose y escupe sangre, o cada vez que no consigue quedarse demasiado tiempo despierta, de lo débil que está. Allí dormida, respirando irregularmente, parece una niña pequeña, débil e indefensa. Pero ella no tiene la energía de la que gozan los niños, ella no puede correr por los campos, ni saltar ni gritar al viento.
La mujer se despierta poco a poco, y descubre a su hija mirándola con ternura y una mirada llena de amor.
- Hola, mamá - susurra dulcemente Sue - ¿Cómo estás?
La mujer sonríe débilmente, y cerrando los ojos de cansancio coge la mano de su hija.
- Yo estoy bien, hija mía - dice flojito - ¿Y tú? Te noto rara, cariño.
- No pasa nada, mamá. Solo que estoy cansada - Sue sabe que no sirve de nada que le mienta a su madre, que con un vistazo ésta siempre sabe si su hija es feliz o no.
- ¿Va bien, el trabajo? Espero que tu padre no te apriete demasiado...
- El trabajo va genial, tranquila. Ahora estoy con un par de casos de divorcios... Con papá no hay ningún problema - hace una pausa y pasea la vista por la habitación. No hay rastro de flores o regalos - ¿Cuánto hace que no viene a verte, mamá?
- No lo sé... Creo que hace un par de semanas... parece que tiene mucho trabajo - Sue sabe que su padre no tiene mucho trabajo, sino mucho miedo y poca fuerza para ser capaz de ver a su mujer consumiendose como lo hace - Pero no te preocupes. Yo lo entiendo, y no me enfado.
No es eso, mamá. Me da igual que no te enfades, yo lo que no quiero es que sufras más.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El Sr. Conejo

El Sr. Conejo ha visto crecer a Mel des de que ésta era solo un bebé. El Sr. Conejo tiene dos grandes orejas amarillas, dos botones azules por ojos y una boca sonriente cosida con hilo rojo. El Sr. Conejo ha sido siempre el mejor compañero de juegos para Mel. Juntos han tomado el té, cocinado grandes banquetes, han sido piratas, astronautas y vaqueros. También ha sido su gran confidente, conocedor de todos los secretos que la pequeña Mel le ha ido contando desde que aprendió a hablar. El Sr. Conejo sabe donde guarda Mel las golosinas para que nadie las encuentre, y también donde esconde esas viejas bambas que su madre quiere ver en la basura. El Sr. Conejo tiene una estrellita pintada en su barriga, y está descosido por algunos lados. El Sr. Conejo ha secado las lágrimas de su amiga cada vez que ésta no era capaz de sonreír. Mel siempre se ha sentido acompañada en la oscuridad de la noche con el Sr. Conejo entre brazos. El Sr. Conejo es un peluche viejo, deshilado y manchado después de tantos años de juegos y tantas vivencias, pero es el regalo de unos padres que se amaban y amaban a su hija. 
Por eso, el día que Mel no pudo aguantar más vivir con los gritos de sus padres clavándose en su corazón, no dudó en meter al Sr. Conejo en la mochila que se llevó cuando se fue de casa.