Hoy, en el desván...

... ¡ESTAMOS DE VACACIONES! Volveré por Septiembre. 3/8/10 - 19:53

martes, 21 de diciembre de 2010

Sue y su habitación del hospital

Sue se recoge su melena en una trenza ladeada, y se quita los zapatos de tacón para ponerse unas bailarinas discretas. Sale de su coche y se dirige hacia las puertas de cristal del hospital. Las recepcionistas ya la conocen, así que le dedican una sonrisa y dejan que se mueva a su aire por los pasillos del hospital. Cruzando puertas y subiendo escaleras llega a las habitaciones de los enfermos de cáncer. Busca la 317 y la abre con cuidado de no molestar a quien la espera dentro.
Se trata de una habitación individual, pequeña y de paredes blancas. Tumbada en una cama acolchada, al lado de una ventana con vistas al mar, duerme una mujer de piel pálida, pelo lacio y aspecto débil. Respira lentamente, parece que sin fuerzas. Sus brazos están conectados por tubos con cantidad de máquinas que lo miden y lo controlan todo, que la vigilan.
Sue se acerca con silencio a su madre, y se sienta en una silla al lado de la cama. La observa sin abrir la boca, con el corazón en un puño. Aunque lo intenta, no consigue que no le duela verla así. No puede evitar estremecerse cada vez que su madre tose y escupe sangre, o cada vez que no consigue quedarse demasiado tiempo despierta, de lo débil que está. Allí dormida, respirando irregularmente, parece una niña pequeña, débil e indefensa. Pero ella no tiene la energía de la que gozan los niños, ella no puede correr por los campos, ni saltar ni gritar al viento.
La mujer se despierta poco a poco, y descubre a su hija mirándola con ternura y una mirada llena de amor.
- Hola, mamá - susurra dulcemente Sue - ¿Cómo estás?
La mujer sonríe débilmente, y cerrando los ojos de cansancio coge la mano de su hija.
- Yo estoy bien, hija mía - dice flojito - ¿Y tú? Te noto rara, cariño.
- No pasa nada, mamá. Solo que estoy cansada - Sue sabe que no sirve de nada que le mienta a su madre, que con un vistazo ésta siempre sabe si su hija es feliz o no.
- ¿Va bien, el trabajo? Espero que tu padre no te apriete demasiado...
- El trabajo va genial, tranquila. Ahora estoy con un par de casos de divorcios... Con papá no hay ningún problema - hace una pausa y pasea la vista por la habitación. No hay rastro de flores o regalos - ¿Cuánto hace que no viene a verte, mamá?
- No lo sé... Creo que hace un par de semanas... parece que tiene mucho trabajo - Sue sabe que su padre no tiene mucho trabajo, sino mucho miedo y poca fuerza para ser capaz de ver a su mujer consumiendose como lo hace - Pero no te preocupes. Yo lo entiendo, y no me enfado.
No es eso, mamá. Me da igual que no te enfades, yo lo que no quiero es que sufras más.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El Sr. Conejo

El Sr. Conejo ha visto crecer a Mel des de que ésta era solo un bebé. El Sr. Conejo tiene dos grandes orejas amarillas, dos botones azules por ojos y una boca sonriente cosida con hilo rojo. El Sr. Conejo ha sido siempre el mejor compañero de juegos para Mel. Juntos han tomado el té, cocinado grandes banquetes, han sido piratas, astronautas y vaqueros. También ha sido su gran confidente, conocedor de todos los secretos que la pequeña Mel le ha ido contando desde que aprendió a hablar. El Sr. Conejo sabe donde guarda Mel las golosinas para que nadie las encuentre, y también donde esconde esas viejas bambas que su madre quiere ver en la basura. El Sr. Conejo tiene una estrellita pintada en su barriga, y está descosido por algunos lados. El Sr. Conejo ha secado las lágrimas de su amiga cada vez que ésta no era capaz de sonreír. Mel siempre se ha sentido acompañada en la oscuridad de la noche con el Sr. Conejo entre brazos. El Sr. Conejo es un peluche viejo, deshilado y manchado después de tantos años de juegos y tantas vivencias, pero es el regalo de unos padres que se amaban y amaban a su hija. 
Por eso, el día que Mel no pudo aguantar más vivir con los gritos de sus padres clavándose en su corazón, no dudó en meter al Sr. Conejo en la mochila que se llevó cuando se fue de casa.

martes, 3 de agosto de 2010

Me voy de vacaciones...

... Y me da mucho palo escribir más. xD
Este mes de Agosto me alejaré de los blogs y otras cosas, volveré por Septiembre y con mucha más fuerza. Voy a desconnectar y a ver si de una maldita vez consiguo cumplir mi lista de cosas a hacer (sí, tengo una de esas listas que son una estupidez pero que a mi me encanta xP). Así pues... ¡hasta Septiembre!

¡Que tengáis tod@s un buen verano!

viernes, 23 de julio de 2010

- ¿Sabes? Una vez leí un libro muy bonito. Decía que, con el amor, tu y yo se convierte en nosotros.
- Qué estupidez.
- Pues a mí me parece muy romántico.
- Nosotros no somos románticos, preciosa.

lunes, 19 de julio de 2010

Gritos

Mel cierra la puerta sin hacer ningún ruido, con cuidado se desviste y se mete en la cama. Todo en absoluto silencio. Toda ella tiembla, tiene el corazón en un puño y a punto de esclatar. Mel tiene miedo, mucho miedo. De sus grandes ojos marrones salen un par de lágrimas saladas, seguidas de muchas más, todavía más frías. Se tapa la cabeza con la sábana, y con sus manos se tapa los oídos. No quiere oirlo. No quiere saber nada de los gritos de sus padres. No quiere enterarse de las barbaridades que se dicen. Le duele descubrir que entre sus padres solo hay odio, dolor, desesperación. Un sollozo se le escapa, y siente que se le para el corazón. Reza a cualquier dios para que sus padres no se den cuenta de que ella está allá. No sería capaz de mirarlos a la cara. 
Mel siente que se romperá en cualquier momento, está perdida en un mundo que se cae a trozos enormes. Las duras lágrimas caen incesables por sus mejillas mojadas. Se abraza con fuerza, buscando el calor de unos brazos amorosos que no sabe encontrar. El dolor la arrasa, se escampa por todo su cuerpo, le duerme los brazos y las piernas, le quema los ojos y la garganta, le estruja el cerebro y le rompe el corazón. 
Mel quiere volver a ser pequeña y que su madre la console con palabras tiernas. Pero está sola en su habitación. Su sábana de estrellas la protegía de los monstruos de la oscuridad, pero no del dolor.

jueves, 15 de julio de 2010

Pompas

Mel odia lavar los platos. Y aún más si se lo mandan sus padres. Con el delantal puesto y la rabia a flor de piel, coge el estropajo y la botella de lavavajillas. Al apretar el bote, pequeñas pompas le regalan a la chica una agradable sorpresa. Mel deja el estropajo, el bote i los platos que tenía que limpiar apartados. Está clavada al suelo, con la mirada fija en esas pequeñas pompas transparentes que vagabundean por su cocina. Descubre como la luz del mediodía crea hermosos dibujos en las sinuosas y transparentes paredes de las pompas. Siente como su cabeza se llena de la nostalgia de una infancia feliz. Se olvida de su enfado, de los problemas. Se deja fascinar por las pompas; qué sencillas son y qué maravillosas nos parecen.
Entonces, todas las pompas se sienten atraídas por el inmenso mundo que hay más allá de la ventana abierta. La corriente de aire se las lleva suavemente hacia el exterior. Y, al ver desaparecer en la inmensidad del cielo la última pompa, Mel piensa que, junto esas pompas, sus últimos recuerdos de infancia se alejan de ella.
Con un suspiro, coge el bote y vuelve a apretarlo. Pero esta vez no salen pompas, solo el líquido viscoso que limpia la suciedad de los platos. Ojalá curara también la del alma, piensa la muchacha.

miércoles, 14 de julio de 2010

Ninguna parte

- ¿Ya te vas?
- ... Sí.
- ¿A dónde?
- Donde no puedas encontrarme.
- ... Cariño, eso no es posible.
- ¿Por?
- Porque no descansaré en paz hasta que vuelvas a mi lado, aunque tarde una eternidad a encontrarte.
- Pues me esconderé eternamente.

jueves, 8 de julio de 2010

Jane

Jane es joven, libre, decidida y feliz.
A Jane le gusta comer regaliz, siempre lleva un paquete en la bolsa. Jane adora los perros, pero no tiene ninguno porque sabe que no lo cuidaría bien. Para Jane, las noches no son para dormir, sino para volar de una discoteca a otra y volver a casa acompañada. Jane es capaz de pasarse horas pegada al teléfono hablando con Mary, de todo y de nada. Jane se lo pasa pipa dibujando estupideces en el espejo empañado del lavabo cuando se ducha. A Jane le vuelven loca los videojuegos, y se pasa tardes enteras tirada en medio del salón con la consola en la mano. Jane adora a sus amigos, con los que comparte tardes de café y charlas sobre música, gente y tonterías varias. Jane ama con toda su alma su trabajo en la discográfica, y le gusta poder fanfarronearse de conocer a tantos famosos. 

Jane seria capaz de dar casi la mitad de su vida por su Harley Davison Custom, a la que compró a los diecinueve años y ha sido su compañera de aventuras des de entonces. Nunca se verá a Jane sobre su moto con casco, des de que le obligaron a comprarlo cría hongos en una caja. Porque Jane se vuelve loca con la velocidad y se siente más viva que nunca cuando siente el viento en su cara.

La otra mitad de su vida, Jane la daría por Will, su hija. Jane no llega a los treinta años, y Will ya tiene siete. Fue fruto de un descuido con alguien que nunca lo supo y a quien Jane ya nunca más ha visto ni hecha de menos. Y su corazón lo daría por Tom, el único hombre del planeta que ha conseguido que esta mujer sacrifique un poco de su preciada libertad a cambio de amor. A Jane le gustan las películas viejas que echan los Sábados por la tarde en el cine y, sobretodo, disfrutarlas junto a Tom y Will, acurrucados en los asientos viejos de la sala siete.

Jane no duda, Jane es una mujer decidida. Jane sabe lo que quiere. Jane sabe que un cigarro es lo mejor para los nervios, y un buen polvo, para el mal humor. Jane sabe que su vecina le tiene manía por haber tenido el descaro de criar una niña fruto de alguna borrachera, por haberse llevado tantos chicos a la cama, por ser joven, por hacer lo que realmente quiere y por ser tan desafiante.

Porque a Jane le encanta desafiar a la gente y a la vida misma. Jane sabe que su vecina es puritana, así que se pasea en ropa interior por delante de la ventana. Jane sabe que los famosos no aguantan que se los ignore, así que se interesa más por una partícula de polvo que por lo que le cuentan. Jane sabe que existe el límite de velocidad, pero nunca lo ha respetado.

Jane sabe que los fines de semana son para pasarlos con su niña, quien va a un internado para evitarse el mal trago de ser criada por alguien como su madre. Jane sabe, aunque nunca lo reconocería delante de él, que por Tom es capaz de olvidarse de su plan de vivir como una adolescente eternamente, y plantearse vivir de un modo algo más tranquilo junto a él y Will. Jane sabe que su futuro solo puede estar repleto de felicidad.


Pero Jane no sabe que, hoy, por pasar el límite de velocidad, ir sin el casco y saltarse un STOP, sufrirá un accidente mortal. Jane no sabe cuán amargas serán las lágrimas de su hija, ni cuán destrozado quedará Tom. Jane no sabe como la echaran de menos sus amigos, ni cuán sola se sentirá Mary sin sus charlas telefónicas. Jane no sabe que Will, que quedará huérfana, crecerá junto a Tom, unidos por el dolor de su pérdida. Jane no sabe que, aunque siempre ha dicho que no se considera alguien imprescindible para la sociedad, su muerte dejará un hueco en el mundo y dolor en muchas vidas.
Jane no sabe cuánto echará de menos la risa de Will y los besos de Tom. Jane no sabe cuánto echará de menos sentir el viento y la velocidad. Jane no sabe cuán sola se encontrará sin sus seres queridos. Y, sobretodo, Jane no sabe cuánto echará de menos sentirse viva.


Pero ahora Jane no tiene tiempo para pensar en estas cosas, llega veinte minutos tarde a casa de Tom. Coge las llaves de la moto con prisa y deja el casco dónde está des del primer día.
Sin saber que podría salvarle la vida.

miércoles, 7 de julio de 2010

3. Línea de Bakerloo

Dahlia abre su monedero para coger su Travelcard, coge el metro para ir a la universidad, como tantos otros estudiantes. El metro de Londres vibra de vida a esas horas de la mañana. Cuando ya ha pasado las máquinas se da cuenta de que hay un chico que la está mirando. No es el primero, pues Dahlia se sabe suficiente atractiva como para levantar miradas a su paso, pero es el mismo chico que la observaba justo a la boca del metro. ¿La ha seguido? 
Menea la cabeza y se dispone a comprar algo para picar, no quiere inquietarse por culpa de su estúpida imaginación. Por los altavoces se anuncia la llegada de su metro. El muchacho acelera el paso, se acerca a ella y le coge el brazo. Dahlia retiene el impulso de plantarle su bolso en toda la cara a ese indeseable, pero de un tirón se separa de él.
- Perdona que sea tan brusco... - tiene unos ojos verdes preciosos, Dahlia nunca había visto unos igual - Vas a la London School of Journalism, ¿verdad? - se pasa una mano masculina por su pelo negro, lleva cada mechón puesto cuidadosamente para conseguir un look desenfadado. Y le queda de muerte.
- ¿Cómo lo sabes? - pregunta ella, desconfiada. Él señala la carpeta con el logo de la universidad que sostiene Dahlia, y sonríe. Dios, que sonrisa tan perfecta, piensa ella.
- Yo también voy para allá... ¿Podemos ir juntos? - seguridad, decisión, él no duda. Sabe lo que quiere, y lo conseguirá. Dahlia sonríe, ahora algo más relajada, aunque estar con un chico tan guapo se le hace un poco incómodo. 
- Vamos, yo te guío. ¿Nuevo a Londres?

lunes, 28 de junio de 2010

2. Lombard Street, por favor


- Ya hemos llegado, señora – James para el coche y mira el taxímetro.
- ¿Cuánto te debo, joven? – una mujer de entrada edad rebusca en su bolso de piel marrón su monedero.
- Serán diez con setenta – la anciana le alarga una mano arrugada con el dinero, él lo coge y sonríe – ¡Que tenga un buen día!
- ¡Gracias! – la mujer abre la puerta y se pierde entre el barullo de las calles de Covert Garden. James arranca el taxi y pasea por las calles de Londres, esperando a ver una mano en el aire que le llame. Un hombre con traje y corbata gris, aparece unos metros más adelante pidiendo un taxi. James se acerca y el hombre abre la puerta con prisa.
- A Lombard Street, por favor – se deja caer en el asiento y saca un móvil moderno y caro de su bolsillo.
- Buenos días, señor – dice James, con su calma habitual. No es el primer hombre de negocios estresado y sin demasiada vida que lleva en su coche. Ni será el último, por mala suerte. A James le dan pena esos hombres, que se creen que lo tienen todo, pero no tienen nada. Al pensar eso le viene a la cabeza la cara de su mujer y sus hijas, y se siente afortunado. Él sí que tiene todo lo que necesita.
- No demasiado – dice el hombre malhumorado des de la parte trasera del coche, y suelta un bufido.
- ¿Un mal día?- pregunta el taxista sin alterarse.
- Horrible.

viernes, 25 de junio de 2010

Gripe

La cabeza apoyada en la ventana. A fuera, en la calle, la luz del sol de la tarde se filtra por las hojas de los árboles, creando misteriosos dibujos en la carretera. Pasa un coche por la calle tranquila, un gato se esconde bajo los contenedores. Ella se abriga un poco más con la manta, tiene frío. La vecina de delante sale para recoger el diario, lleva el batín y zapatillas peludas rosas. A Nic le vienen ganas de reirse. ¿Cómo puede ir una mujer de su edad con aquellas pintas? Pero un pinchazo en la cabeza le hace desistir de la idea de soltar una risotada. En silencio observa la habitación, sus ojos se pasean por las paredes naranjas llenas de fotos y pósters, por el escritorio repleto de hojas y dibujos, por la ropa del suelo, por la mini-cadena. Tiene ganas de escuchar música, pero si lo hace aumentará el dolor de cabeza. Vuelve a mirar en la calle, ¡qué buen día hace! Pero si sale a fuera empeorará...
De golpe se siente tan débil... No se ve capaz de nada, se hunde en la cama y empieza a llorar.
- Verónica, han venido a verte - su padre saca a la cabeza por la puerta. Ella, medio dormida, se incorpora y se sienta en la cama.
Por la puerta entra Martha, pura energía.
- ¡Nic! ¿Cómo estás? ¿Mejor? ¡En la escuela se te echa de menos! Cada día siento que me falta alguna cosa cuando voy hacia el insti - se sienta en la cama y le da un beso en la mejilla a su amiga. En la oreja le susurra - ¿A que no sabes quién ha venido? - y con una sonrisa se levanta para observar los dibujos de encima del escritorio.
- ¡Buenas tardes chica enferma! - y Nic siente como el corazón se le dispara, el buen día de fuera estalla dentro de su habitación, el aire fresco de la tarde la remueve por dentro y siente el rojo de las amapolas de su jardín esparcirse por su cara - ¿Como va esta gripe? - ¿gripe? ¿Qué gripe? Nic ya no se acuerda de ninguna enfermedad, ahora se ve capaz de dar diez vueltas a la manzana y seguir entera.
¿Desde cuándo es así? Lleva todo el día con ganas de morirse, harta de la nariz tapada, el malestar a la barriga y el dolor de cabeza. Y ahora que él está aquí, la vida parece tan maravillosa...
Nic se siente estúpida. Llevan toda la vida juntos, y ahora, catorce años más tarde, se da cuenta de que está colgada de él. Y se siente ridícula cuando está delante suyo, pero no quiere, en absoluto, que se marche. De repente, se da cuenta que va con pijama y que no se ha peinado. ¡Maldita sea!
- Un momento, voy al baño… - se intenta levantar, pero está demasiado debilitada por la fiebre.
- Tranquila Nic, con nosotros no tienes que quedar bien. ¡A mí no me hace nada verte en pijama! ¡Así después me mí podré reír de ti! - y le da un golpecito en el frente. Los tres amigos ríen.
- ¡Hey, parejita! - Martha se gira hacia ellos - ¿por qué no salimos a merendar? ¡Tengo hambre! - y se dispone a coger su bolsa.
- Pero yo no sé si puedo salir... - Nic no está segura de poder aguantarse de pie mucho tiempo.
- Yo te ayudaré, tranquila - dice él. Y, sin ningún tipo de esfuerzo, la levanta de la cama y se la carga en brazos - ¿Dónde quieres que te deje?
En ningún sitio, con estar entre tus brazos tengo bastante. No me dejes caer y seré feliz. Quédate conmigo más tiempo...
Nic baja la cabeza, roja.
- En el suelo. Me puedes dejar en el suelo... Yo no vendré, chicos, no me encuentro bien. Lo siento... - ¡Estúpida!
Martha y él se miran.
- Pues nos quedamos nosotros aquí. Seguro que a tu padre no le importará nada que os saqueemos la nevera - y él le pasa un brazo por los hombros. Nic siente que se deshace por dentro - ¿Bajamos?
- Bajamos.

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Os presento la Verónica, la protagonista de una historia mía, que no sé si llegaré a hacer, pero da igual ... xP De momento he escrito este trocito de su pasado (a la historia tiene 16 años y aquí tiene 14) y de como poco a poco fue descubriendo los sentimientos que tenía escondidos.

Traducido a petición de DCía. ^^

¡Espero que os guste!

1. El té de las mañanas

Margaret abre la puerta de servicio y observa la tienda desierta.
Las sillas encima de las mesas, la barra vacía, la oscuridad de la sala. Alarga una mano y enciende las luces, que, después de un pequeño estallido, iluminan el lugar. El frío de la noche se le cuela por los huesos y le provoca un escalofrío. Se tapa más con el jersey de lana gruesa que le regaló su marido alguna Navidad ya pasada. Cruza la sala para llegar a las ventanas. Con un tirón enérgico levanta las persianas viejas de madera, y los primeros rayos del sol invernal de Londres entran en la sala llenándola de vida. Pequeñas partículas de polvo se pasean tranquilamente por el aire e, iluminadas por el sol, parecen magia.
Margaret va a la barra y coge una taza y pone agua a hervir. Empieza a bajar las sillas de las mesas. Cuando la tetera empieza a silbar, Margaret pasea la vista por las estanterías llenas de botes con todo tipo de tés. Aquí está. Té negro de rosas. Se prepara una taza de su té favorito y se sienta en un taburete de la barra. Al cabo de unos minutos oye ruido al segundo piso. Ya se han levantado.
Con un suspiro prepara tres tazas más; en dos té y en otra café. Mira el reloj viejo que hay en la pared llena de cuadros de cafeterias y tiendas de té. Son las ocho. Se acerca a la puerta de la tienda y gira el cartel.

ABIERTO.

jueves, 24 de junio de 2010

Sue y su pesado particular


- No me llamaste el Sábado – Henry persigue a Sue por media oficina, con actitud petulante, pero tono de súplica – Me guardé ese día para salir contigo…
- Lo siento, Henry. Tenía trabajo – la mujer se gira y le planta un beso a la boca al hombre, que sonríe satisfecho. Seguidamente ella da la vuelta y se dirige a su despacho – Y te aviso que este fin de semana estoy fuera, no cuentes conmigo – y cierra la puerta de su despacho. A Henry su sonrisa se le borra inmediatamente, dando paso a una expresión de disgusto.

En el silencio de su despacho, Sue se sienta en su sillón y se enciende un cigarrillo. Está algo cansada de Henry, por no decir harta. Henry es su pareja, o eso representa. Sue se pregunta porqué aceptó salir con él; es un pesado, un engreído y un interesado. Pero al salir con él tiene a su madre contenta, y eso es una buena razón. Al menos para Sue.
Al pensar en su compañero de trabajo, se le aparece otra cara en la mente. Sue se da un susto al verle entre sus pensamientos. ¿Qué hace él aquí? No debería. Pero su subconsciente no puede evitar preguntarse qué pasaría si él ocupara el puesto de Henry.
Algo nerviosa, Sue menea la cabeza y coge uno de los informes de la mesa. Mejor que se ponga a trabajar, tiene que solucionar un caso de divorcio.

- Vamos Sue, sólo una cena… A las doce serás a casa, como la cenicienta – Henry coge a Sue por la cintura mientras ella espera que salga su café. Sue se aguanta las ganas de meterle una bofetada al hombre más pesado que ha conocido nunca.
- No me gusta ser como la cenicienta, Henry. Y te he dicho que tengo trabajo – el hombre suelta un bufido y se aparta de ella. Parece molesto.
- Trabajo, siempre trabajo… ¡Hay más cosas en esta vida, Sue! ¡Estoy yo! Soy tu pareja, ¿sabes? Lo normal es que me quieras tanto como te quiero yo a ti – respira hondo y la mira, no sin algo de rabia en sus ojos. Le coge la cara y la besa con fuerza, con pasión – Y yo te quiero mucho, Sue – i le da un beso corto para despedirse.
Mientras lo ve alejarse, Sue no puede evitar sentirse un monstruo. Y le dan ganas de llorar.
Pero es que yo no te quiero, Henry. A ti no.

sábado, 19 de junio de 2010

Sue y su corazón

Se planta frente el espejo y observa su reflejo. Mira fijamente los ojos azules que tiene delante. ¿Qué te pasa, Sue? se pregunta. Se aparta un poco y se observa. No ha cambiado nada, sigue siendo como siempre: alta, guapa, morena, sexy. Pero ya no se siente poderosa, libre, fuerte. Ahora es una niña tonta y asustada. Otra vez es una adolescente.
Se gira bruscamente, necesita tranquilizarse. Coge un cigarrillo y lo enciende. Abre la ventana y respira el aire pesado de la tarde. Hace un buen día, son vacaciones, puede hacer lo que le dé la gana. El verano es su oportunidad de ser libre.
Pero no quiere hacer nada. Si pudiera se tumbaría en su cama y se taparía con la manta para que nadie la pueda ver tan débil. Tan estúpidamente débil. Pero no puede meterse en la cama, pues en el estudio de su tía no hay más que un sofá. Sin manta, así que ni siquiera podría taparse. No le sirve.
Da un cabezazo en la pared y decide encender la radio. Necesita animarse, olvidarse de tonterías, despejar la cabeza. Don’t stop believing, de Journey suena con fuerza por la habitación. Da una última calada profunda al cigarro y lo deja en el cenicero.
Coge las pinturas de su tía y empieza a escamparlas sin ton ni son por un lienzo en blanco. No tiene ni idea de cómo puede reaccionar su tía cuando vea eso, pero no se podrá quejar. O se quedará sin modelo para sus estúpidas pinturas. Cuando decide que ya ha tenido bastante de manchar el lienzo se aparta y deja el pincel en el vaso de agua. Se siente algo mejor.
Pero al observar el resultado, le dan ganas de llorar. ¿Cómo puede ser tan estúpida e intentar disimular lo que le pasa? ¿Cómo puede negar lo obvio? El resultado de su pintura es un corazón multicolor. Sabe perfectamente qué le pasa.
Estás enamorada, Sue.