Hoy, en el desván...

... ¡ESTAMOS DE VACACIONES! Volveré por Septiembre. 3/8/10 - 19:53

lunes, 28 de junio de 2010

2. Lombard Street, por favor


- Ya hemos llegado, señora – James para el coche y mira el taxímetro.
- ¿Cuánto te debo, joven? – una mujer de entrada edad rebusca en su bolso de piel marrón su monedero.
- Serán diez con setenta – la anciana le alarga una mano arrugada con el dinero, él lo coge y sonríe – ¡Que tenga un buen día!
- ¡Gracias! – la mujer abre la puerta y se pierde entre el barullo de las calles de Covert Garden. James arranca el taxi y pasea por las calles de Londres, esperando a ver una mano en el aire que le llame. Un hombre con traje y corbata gris, aparece unos metros más adelante pidiendo un taxi. James se acerca y el hombre abre la puerta con prisa.
- A Lombard Street, por favor – se deja caer en el asiento y saca un móvil moderno y caro de su bolsillo.
- Buenos días, señor – dice James, con su calma habitual. No es el primer hombre de negocios estresado y sin demasiada vida que lleva en su coche. Ni será el último, por mala suerte. A James le dan pena esos hombres, que se creen que lo tienen todo, pero no tienen nada. Al pensar eso le viene a la cabeza la cara de su mujer y sus hijas, y se siente afortunado. Él sí que tiene todo lo que necesita.
- No demasiado – dice el hombre malhumorado des de la parte trasera del coche, y suelta un bufido.
- ¿Un mal día?- pregunta el taxista sin alterarse.
- Horrible.

viernes, 25 de junio de 2010

Gripe

La cabeza apoyada en la ventana. A fuera, en la calle, la luz del sol de la tarde se filtra por las hojas de los árboles, creando misteriosos dibujos en la carretera. Pasa un coche por la calle tranquila, un gato se esconde bajo los contenedores. Ella se abriga un poco más con la manta, tiene frío. La vecina de delante sale para recoger el diario, lleva el batín y zapatillas peludas rosas. A Nic le vienen ganas de reirse. ¿Cómo puede ir una mujer de su edad con aquellas pintas? Pero un pinchazo en la cabeza le hace desistir de la idea de soltar una risotada. En silencio observa la habitación, sus ojos se pasean por las paredes naranjas llenas de fotos y pósters, por el escritorio repleto de hojas y dibujos, por la ropa del suelo, por la mini-cadena. Tiene ganas de escuchar música, pero si lo hace aumentará el dolor de cabeza. Vuelve a mirar en la calle, ¡qué buen día hace! Pero si sale a fuera empeorará...
De golpe se siente tan débil... No se ve capaz de nada, se hunde en la cama y empieza a llorar.
- Verónica, han venido a verte - su padre saca a la cabeza por la puerta. Ella, medio dormida, se incorpora y se sienta en la cama.
Por la puerta entra Martha, pura energía.
- ¡Nic! ¿Cómo estás? ¿Mejor? ¡En la escuela se te echa de menos! Cada día siento que me falta alguna cosa cuando voy hacia el insti - se sienta en la cama y le da un beso en la mejilla a su amiga. En la oreja le susurra - ¿A que no sabes quién ha venido? - y con una sonrisa se levanta para observar los dibujos de encima del escritorio.
- ¡Buenas tardes chica enferma! - y Nic siente como el corazón se le dispara, el buen día de fuera estalla dentro de su habitación, el aire fresco de la tarde la remueve por dentro y siente el rojo de las amapolas de su jardín esparcirse por su cara - ¿Como va esta gripe? - ¿gripe? ¿Qué gripe? Nic ya no se acuerda de ninguna enfermedad, ahora se ve capaz de dar diez vueltas a la manzana y seguir entera.
¿Desde cuándo es así? Lleva todo el día con ganas de morirse, harta de la nariz tapada, el malestar a la barriga y el dolor de cabeza. Y ahora que él está aquí, la vida parece tan maravillosa...
Nic se siente estúpida. Llevan toda la vida juntos, y ahora, catorce años más tarde, se da cuenta de que está colgada de él. Y se siente ridícula cuando está delante suyo, pero no quiere, en absoluto, que se marche. De repente, se da cuenta que va con pijama y que no se ha peinado. ¡Maldita sea!
- Un momento, voy al baño… - se intenta levantar, pero está demasiado debilitada por la fiebre.
- Tranquila Nic, con nosotros no tienes que quedar bien. ¡A mí no me hace nada verte en pijama! ¡Así después me mí podré reír de ti! - y le da un golpecito en el frente. Los tres amigos ríen.
- ¡Hey, parejita! - Martha se gira hacia ellos - ¿por qué no salimos a merendar? ¡Tengo hambre! - y se dispone a coger su bolsa.
- Pero yo no sé si puedo salir... - Nic no está segura de poder aguantarse de pie mucho tiempo.
- Yo te ayudaré, tranquila - dice él. Y, sin ningún tipo de esfuerzo, la levanta de la cama y se la carga en brazos - ¿Dónde quieres que te deje?
En ningún sitio, con estar entre tus brazos tengo bastante. No me dejes caer y seré feliz. Quédate conmigo más tiempo...
Nic baja la cabeza, roja.
- En el suelo. Me puedes dejar en el suelo... Yo no vendré, chicos, no me encuentro bien. Lo siento... - ¡Estúpida!
Martha y él se miran.
- Pues nos quedamos nosotros aquí. Seguro que a tu padre no le importará nada que os saqueemos la nevera - y él le pasa un brazo por los hombros. Nic siente que se deshace por dentro - ¿Bajamos?
- Bajamos.

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Os presento la Verónica, la protagonista de una historia mía, que no sé si llegaré a hacer, pero da igual ... xP De momento he escrito este trocito de su pasado (a la historia tiene 16 años y aquí tiene 14) y de como poco a poco fue descubriendo los sentimientos que tenía escondidos.

Traducido a petición de DCía. ^^

¡Espero que os guste!

1. El té de las mañanas

Margaret abre la puerta de servicio y observa la tienda desierta.
Las sillas encima de las mesas, la barra vacía, la oscuridad de la sala. Alarga una mano y enciende las luces, que, después de un pequeño estallido, iluminan el lugar. El frío de la noche se le cuela por los huesos y le provoca un escalofrío. Se tapa más con el jersey de lana gruesa que le regaló su marido alguna Navidad ya pasada. Cruza la sala para llegar a las ventanas. Con un tirón enérgico levanta las persianas viejas de madera, y los primeros rayos del sol invernal de Londres entran en la sala llenándola de vida. Pequeñas partículas de polvo se pasean tranquilamente por el aire e, iluminadas por el sol, parecen magia.
Margaret va a la barra y coge una taza y pone agua a hervir. Empieza a bajar las sillas de las mesas. Cuando la tetera empieza a silbar, Margaret pasea la vista por las estanterías llenas de botes con todo tipo de tés. Aquí está. Té negro de rosas. Se prepara una taza de su té favorito y se sienta en un taburete de la barra. Al cabo de unos minutos oye ruido al segundo piso. Ya se han levantado.
Con un suspiro prepara tres tazas más; en dos té y en otra café. Mira el reloj viejo que hay en la pared llena de cuadros de cafeterias y tiendas de té. Son las ocho. Se acerca a la puerta de la tienda y gira el cartel.

ABIERTO.

jueves, 24 de junio de 2010

Sue y su pesado particular


- No me llamaste el Sábado – Henry persigue a Sue por media oficina, con actitud petulante, pero tono de súplica – Me guardé ese día para salir contigo…
- Lo siento, Henry. Tenía trabajo – la mujer se gira y le planta un beso a la boca al hombre, que sonríe satisfecho. Seguidamente ella da la vuelta y se dirige a su despacho – Y te aviso que este fin de semana estoy fuera, no cuentes conmigo – y cierra la puerta de su despacho. A Henry su sonrisa se le borra inmediatamente, dando paso a una expresión de disgusto.

En el silencio de su despacho, Sue se sienta en su sillón y se enciende un cigarrillo. Está algo cansada de Henry, por no decir harta. Henry es su pareja, o eso representa. Sue se pregunta porqué aceptó salir con él; es un pesado, un engreído y un interesado. Pero al salir con él tiene a su madre contenta, y eso es una buena razón. Al menos para Sue.
Al pensar en su compañero de trabajo, se le aparece otra cara en la mente. Sue se da un susto al verle entre sus pensamientos. ¿Qué hace él aquí? No debería. Pero su subconsciente no puede evitar preguntarse qué pasaría si él ocupara el puesto de Henry.
Algo nerviosa, Sue menea la cabeza y coge uno de los informes de la mesa. Mejor que se ponga a trabajar, tiene que solucionar un caso de divorcio.

- Vamos Sue, sólo una cena… A las doce serás a casa, como la cenicienta – Henry coge a Sue por la cintura mientras ella espera que salga su café. Sue se aguanta las ganas de meterle una bofetada al hombre más pesado que ha conocido nunca.
- No me gusta ser como la cenicienta, Henry. Y te he dicho que tengo trabajo – el hombre suelta un bufido y se aparta de ella. Parece molesto.
- Trabajo, siempre trabajo… ¡Hay más cosas en esta vida, Sue! ¡Estoy yo! Soy tu pareja, ¿sabes? Lo normal es que me quieras tanto como te quiero yo a ti – respira hondo y la mira, no sin algo de rabia en sus ojos. Le coge la cara y la besa con fuerza, con pasión – Y yo te quiero mucho, Sue – i le da un beso corto para despedirse.
Mientras lo ve alejarse, Sue no puede evitar sentirse un monstruo. Y le dan ganas de llorar.
Pero es que yo no te quiero, Henry. A ti no.

sábado, 19 de junio de 2010

Sue y su corazón

Se planta frente el espejo y observa su reflejo. Mira fijamente los ojos azules que tiene delante. ¿Qué te pasa, Sue? se pregunta. Se aparta un poco y se observa. No ha cambiado nada, sigue siendo como siempre: alta, guapa, morena, sexy. Pero ya no se siente poderosa, libre, fuerte. Ahora es una niña tonta y asustada. Otra vez es una adolescente.
Se gira bruscamente, necesita tranquilizarse. Coge un cigarrillo y lo enciende. Abre la ventana y respira el aire pesado de la tarde. Hace un buen día, son vacaciones, puede hacer lo que le dé la gana. El verano es su oportunidad de ser libre.
Pero no quiere hacer nada. Si pudiera se tumbaría en su cama y se taparía con la manta para que nadie la pueda ver tan débil. Tan estúpidamente débil. Pero no puede meterse en la cama, pues en el estudio de su tía no hay más que un sofá. Sin manta, así que ni siquiera podría taparse. No le sirve.
Da un cabezazo en la pared y decide encender la radio. Necesita animarse, olvidarse de tonterías, despejar la cabeza. Don’t stop believing, de Journey suena con fuerza por la habitación. Da una última calada profunda al cigarro y lo deja en el cenicero.
Coge las pinturas de su tía y empieza a escamparlas sin ton ni son por un lienzo en blanco. No tiene ni idea de cómo puede reaccionar su tía cuando vea eso, pero no se podrá quejar. O se quedará sin modelo para sus estúpidas pinturas. Cuando decide que ya ha tenido bastante de manchar el lienzo se aparta y deja el pincel en el vaso de agua. Se siente algo mejor.
Pero al observar el resultado, le dan ganas de llorar. ¿Cómo puede ser tan estúpida e intentar disimular lo que le pasa? ¿Cómo puede negar lo obvio? El resultado de su pintura es un corazón multicolor. Sabe perfectamente qué le pasa.
Estás enamorada, Sue.