Hoy, en el desván...

... ¡ESTAMOS DE VACACIONES! Volveré por Septiembre. 3/8/10 - 19:53

lunes, 31 de enero de 2011

Amor

Ven, pequeña, ven aquí un momento. Dejale a tu viejo abuelo contarte un par de cosas sobre la vida, niña mía. Qué mayor te has hecho... aún me parece que era ayer cuando podia levantarte con un solo brazo. Tu te has hecho una muchachita hermosa, y yo me he convertido en un viejo gruñón. Pero no olvides que yo he vivido mucho tiempo, y que ya he pasado por todo lo que tu un día vas a pasar. Aún así, aunque ya sé que no lo voy a poder evitar, me gustaría que no tuvieras que sufrir lo que sufrí yo, pequeña. Sé que seguramente mañana ya habrás olvidado lo que te diga hoy, pero espero que algun día te acuerdes de mis palabras.

Si no te importa, empezaré por hablarte del amor. Oh, sí, mi niña, ¡ya he visto ese muchacho con el que paseas! ¿Te crees que los mayores no nos enteramos de esas cosas? Ay, pequeña, te falta tanto por aprender... He visto como le miras, y como te mira él a tí. Se os ve felices, estáis bien juntos. Pero no te emociones demasiado, pequeña.

No pienses que no me gusta... Me parece bien que empieces a descubrir el complicado y laberíntico camino del amor i las relaciones. Pero no quiero que te hieran, ni que te hieras tu misma. Mira, pequeña, los sentimientos son muy fuertes. Tienen el poder de atontarnos, de volvernos locos, de cambiar nuestra vida de un día para otro. Cuando nos enamoramos lo perdemos todo de vista, el mundo da un giro de 180 grados, las cosas que hasta entonces nos importaban quedan al final de nuestra lista de prioridades. Cuando llega el amor, los cien primeros puestos de nuestra lista los ocupa el otro. Y los cien puestos siguientes puede que también. Cariño, cuando nos enamoramos, creemos descubrir para quién hemos nacido, ligamos nuestra vida a esa persona... Lo damos todo por él o ella.

Pero te voy a decir una cosa. Tu has nacido para tí misma, pequeña. Ni para aquél a quien amas, ni para tus padres, ni para tus amigos, ni para mí. Porque quien vive tu vida eres tu. Y quien ríe y sufre también eres tu. Tu y sólo, tu.

El amor que puede dar el ser humano es inmenso, pequeña. Y es el tesoro más hermoso que tenemos. Por eso debes cuidarlo, y vigilar a quién se lo das. No te estoy diciendo que debas dejar de amar, ¡eso nunca! La vida, sin amor, no es vida. Solo te pido que ames con sensatez. Sí, ya sé que eso es muy difícil de hacer, yo no lo conseguí, por eso me gustaría que al menos tu... Sé que no me vas a hacer caso, y que te vas a dejar llevar. También sé que pedirte que no dejes escapar las oportunidades, que vivas con todas tus fuerzas, y a la vez pedirte que no dejes que te hieran es algo casi imposible. Pero pequeña, tu eres grande, muy grande, y sé que si alguien puede conseguirlo, eres tú.

Ama, pequeña, ama todo lo que quieras y puedas. Pero ámate todavía más a ti misma. No te digo que seas egoísta, pues ser generoso es un valor que no debes perder, pero entiende que debes estar bien contigo misma para estar bien con los demás. No renuncies nunca a tus ideales para seguir los que aquél que amas quiera, pequeña. No renuncies a tu identidad para ser la sombra de otro. No dejes que te quiten lo que tu eres. Quiero que des lo que tu quieras, pero no más. No se trata de dar lo que te pidan, niña mía, sino de lo que tu quieras dar de verdad.

Quiero que entiendas que amar es algo hermoso, y que no debería hacerte sufrir. Pequeña, los otros son importantes, ¡muy importantes!, pero tú... tú lo eres más. Debes entender que no puedes abandonarte a ti misma para correr al lado de otros. Porque los demás no siempre van a estar... la vida da muchas vueltas y nadie sabe qué nos depara el futuro. Pero hay algo que sí es seguro, siempre te vas a tener a ti misma. Nunca podrás alejarte de ti, de lo que eres. Por eso debes aprender a amarte y respetarte, y entonces también te amaran y respetaran los demás.

Ama, pequeña mía, ama todo lo que quieras y a quien tu desees. No dejes nunca de dar amor, y dejate amar también. Pero acuerdate siempre de guardarte un pedacito de amor para ti, porque sólo así podrás ser realmente feliz. Palabra de viejo.

miércoles, 19 de enero de 2011

15 años

Mel tenía 15 años cuando Puck la econtró. Paseaba sola por las calles de Nueva York, cargada con su mochila y la mirada ausente. Eran las once de la noche, un día entre semana de Octubre. Puck entendió de seguida que Mel estaba sola y sin lugar al que ir. Se acercó a la muchacha y la invitó a cenar en un McDonalds. Mel lo miró con los ojos oscurecidos por un dolor profundo que la mataba por dentro, y con una voz vacía de emoción, respondió un simple: "como quieras". Comió solo unas patatas fritas, con la mirada distante fija en las luces de los carteles de la calle. Puck deboraba su hamburguesa, y observaba la chiquilla con curiosidad. No era ni alta ni baja, tampoco ni flaca ni gorda. Tenía un tono de piel oscuro, pero no lo suficiente com para ser hija de negros. El pelo, entre rizado y ondulado, le llegaba por las espaldas, oscuro, pero no negro. No había nada en ella que destacara especialmente. Puck sabía que era solo una chica del montón, sin embargo, había algo en ese modo de girar la cabeza, en como se lamía los labios o se limpiaba la boca. No podia apartar la vista de ella, y fascinarse por cada gesto lleno de una tristeza profunda que hacia la muchacha. Había algo en el modo que cogía cada patata, en esos dedos, ens esos ojos tan oscuros y tan profundos. Puck no podía evitar que esa mirada tan melancólica y desesperada le atravesara el corazón. Por eso, cuando el local tuvo que cerrar y se encontraron en la calle, él no la dejó sola por la ciudad, ni la llevó a uno de sus conocidos para que se hicieran cargo de ella y le buscaran "trabajo". Paseó con ella hasta que notó que la muchacha bostezaba. Entonces, pasando uno de sus brazos lleno de tatuajes por sus espaldas estrechas y achuchándola con infinita ternura, le susurró:
- Mel, por favor, quedate conmigo. Yo te cuidaré.
Como única respuesta, notó el brazo de la muchacha rodear su cintura y su cabeza apoyarse a su hombro.

lunes, 17 de enero de 2011

Palabras bonitas

- Nunca me dices palabras bonitas... ¿por qué?
- Porque no quiero gastar el tiempo pensando en palabras bonitas cuando puedo pasarlo a tu lado viviendo momentos bonitos.

martes, 21 de diciembre de 2010

Sue y su habitación del hospital

Sue se recoge su melena en una trenza ladeada, y se quita los zapatos de tacón para ponerse unas bailarinas discretas. Sale de su coche y se dirige hacia las puertas de cristal del hospital. Las recepcionistas ya la conocen, así que le dedican una sonrisa y dejan que se mueva a su aire por los pasillos del hospital. Cruzando puertas y subiendo escaleras llega a las habitaciones de los enfermos de cáncer. Busca la 317 y la abre con cuidado de no molestar a quien la espera dentro.
Se trata de una habitación individual, pequeña y de paredes blancas. Tumbada en una cama acolchada, al lado de una ventana con vistas al mar, duerme una mujer de piel pálida, pelo lacio y aspecto débil. Respira lentamente, parece que sin fuerzas. Sus brazos están conectados por tubos con cantidad de máquinas que lo miden y lo controlan todo, que la vigilan.
Sue se acerca con silencio a su madre, y se sienta en una silla al lado de la cama. La observa sin abrir la boca, con el corazón en un puño. Aunque lo intenta, no consigue que no le duela verla así. No puede evitar estremecerse cada vez que su madre tose y escupe sangre, o cada vez que no consigue quedarse demasiado tiempo despierta, de lo débil que está. Allí dormida, respirando irregularmente, parece una niña pequeña, débil e indefensa. Pero ella no tiene la energía de la que gozan los niños, ella no puede correr por los campos, ni saltar ni gritar al viento.
La mujer se despierta poco a poco, y descubre a su hija mirándola con ternura y una mirada llena de amor.
- Hola, mamá - susurra dulcemente Sue - ¿Cómo estás?
La mujer sonríe débilmente, y cerrando los ojos de cansancio coge la mano de su hija.
- Yo estoy bien, hija mía - dice flojito - ¿Y tú? Te noto rara, cariño.
- No pasa nada, mamá. Solo que estoy cansada - Sue sabe que no sirve de nada que le mienta a su madre, que con un vistazo ésta siempre sabe si su hija es feliz o no.
- ¿Va bien, el trabajo? Espero que tu padre no te apriete demasiado...
- El trabajo va genial, tranquila. Ahora estoy con un par de casos de divorcios... Con papá no hay ningún problema - hace una pausa y pasea la vista por la habitación. No hay rastro de flores o regalos - ¿Cuánto hace que no viene a verte, mamá?
- No lo sé... Creo que hace un par de semanas... parece que tiene mucho trabajo - Sue sabe que su padre no tiene mucho trabajo, sino mucho miedo y poca fuerza para ser capaz de ver a su mujer consumiendose como lo hace - Pero no te preocupes. Yo lo entiendo, y no me enfado.
No es eso, mamá. Me da igual que no te enfades, yo lo que no quiero es que sufras más.